Uno
con todo...
Quien no ha pedido un perro con todo en Plaza Venezuela las tresaeme, luego de una trasnochada
de San
Viernes. Quien saliendo de una tasca
con “sopotocientas cervezas en una noche”
no ha ido a parar a un perrocalentero de Sabana Grande a
mitigar el filo que deja la Polar.
En mi época había uno que quedaba en el Obelisco de Altamira que era un
verdadero maestro del oficio. Allí fui a parar un par de veces, creo que ya no
existe, pero era famoso y, en aquella época,
lo conocía por su nombre de pila. Hoy mi memoria me ha abandonado y sólo
recuerdo que le ponía hasta carnita mechada y quesito parmesano. Fue quien
inauguró la sabia costumbre de regalarnos una colección de salsas de mil
colores y sabores que poco a poco se convirtió en la insignia de una industria
que vivía de los transnochadores.
El éxito de los perrocalenteros trató de ser imitado por muchos, pero pocos lo
lograron. Quien a las tresaeme no ha
pensado que es un Negocio Redondo eso de vender perrocalientes y mientras pide el segundo soñó con un
emprendimiento similar, y sigue soñando mientras pide el tercero; pero con full
mostaza.
Es gente industriosa y el éxito viene, si viene, después de mil y una
noches de trasnocho y lidiar con
borrachos y policías. Yo mismo tuve ese sueño, para luego entender que el
verdadero negocio no está en vender perrocalientes sino en fabricar los
benditos carros. Ambas son industrias que crecieron abrigadas por los sueños de
los ingenuos que habitamos las noches caraqueñas.
En estos días abrió, aquí, operaciones McDonald´s, como en todas partes
la cosa se convirtió en un acontecimiento, casi comparable con las Fiestas
Patronales de Elorza, hubo rifas, desfiles, camisetas y gorras a granel.
Me acordé cuando McDonald’s abrió su primer restorán en El Rosal; eran
los primeros días del fin. Nuestra clase
media, que había -de la noche a la mañana-
perdido la oportunidad de viajar a Miami, se concentró en El Rosal a
recuperar algo de su grandeza perdida, para después decir que son buenas; pero no se parecen a las que
comíamos en Orlando, mientras enjuagaba alguna lágrima.
Dicen las malas lenguas que la inversión se amortizó en esos 2 primeros
días de colas frente al counter de
atención de famoso restorán; yo no creo. Probablemente es fruto de la
maledicencia humana. El éxito es la peor carta de presentación. Si fue
cierto, no tiene nada de malo, si
alguien tiene una gran idea es justo que su esfuerzo financiero sea
recompensado con el éxito. Es igual que el negocio de los perrocalientes. No todos
triunfan.
El triunfo de McDonald’s fue el dolor de cabeza de las otras cadenas de
fast food y de algunas Areperas, pero
los perrocalientes de Plaza Venezuela siguen alimentando, espero, las trasnochadas farras caraqueñas.
Pero lo que realmente me llamó la atención fue cuando estaba hace pocas
semanas leyendo una revista de negocios donde publicaban el Índice McDonald’s.
Simpático índice para medir el nivel adquisitivo de las respectivas monedas y
de allí el nivel de vida de las personas en los países en donde la cadena está
radicada. Es un índice muy sencillo dividen el costo del Big Mac entre el salario promedio neto y calculan el número de horas que se
requieren en cada país para acceder a
una hamburguesa.
Si supieran cuantas horas necesita un caraqueño estar detrás de la
computadora para comerse una hamburguesa seguro que si no se le quita el
hambre, al menos se les quita el hipo.
Año, 1995.
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