Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

miércoles, 27 de enero de 2016

El diente roto



El diente roto.



Cargan con dioses  nuestro idioma
con nuestros rencores y  nuestro porvenir
por eso nos parecen que son de goma
y que le bastan nuestros cuentos para dormir
Serrat.

Leí aquel cuento de Pedro Emilio Coll ya hace muchísimos años, tantos que casi no recuerdo nada. Lo poco que recuerdo es que al personaje del cuento la vida se le transformó gracias a la rotura de su diente. El jovencito del cuento que había sido, como casi todo niño, tremendo y medio peleón se transformó en un personaje meditabundo. Sus maestros se maravillaron del aspecto reflexivo y casi filosófico que había adquirido y de allí en adelante el destino lo convirtió en un personaje digno de un cuento.

Deben ser lo sublimes efectos de la leche materna, pero nuestra pequeña Mariagracia ya tiene ocho pequeñitos dientes muy filosos. Lo descubrí la vez  que, irresponsablemente, metí  mis dedos en su boca tratando de hacerle entender que el papel no es un buen alimento. En algún descuido la encuentro tratando de morderme la pierna, un par de veces lo ha logrado y constato que sus pequeños dientes son tan filosos como parecen.

Gracias a que nuestra pequeña gota de rocío apenas está dando sus primeros pasos y que no domina bien el delicado arte de mantenerse paradita ha rodado por el suelo un par de veces lo que hace que a uno se le sobresalte el corazón. En esos momentos  uno espera que, como dice aquella canción, sean de goma, al parecer lo son. Unos pocos segundos de llanto y otra vez al ataque. No con poca sorpresa  he descubierto que para ella la boca es un órgano polifuncional, ya que además de servirle para alimentarse y saborear el mundo circundante,  le funciona como una tercera extremidad. Usa su boca para asir casi cualquier objeto, incluso para ayudarse a mantener en pie. Tenemos pruebas en video de cómo utiliza su boca para ayudarse a parar.

Claro que esto no le iba a funcionar impunemente y en algún momento descubrimos que a uno de sus incisivos le falta un pedacito, y como el personaje de aquel cuento a mi hija andará por buena parte de su vida con su dientito roto. No más le vi su diente vino a mi mente aquel cuento de Pedro Emilio Coll. Claro que ese accidente no ha transformado la vida de mi hija. Sigue haciendo cosas sorprendentes con su boca, entre ellas mascullar: papá.

El personaje del cuento de Pedro Emilio Coll desarrolló una manía de acariciar su roto diente con la lengua, lo que lo sumió en el más profundo silencio.  A aquel personaje el hábito tan pensativo lo llevó a ocupar grandes dignidades ya que todos le atribuyeron a su silencio la voluntad pensativa. Mientras él solamente dedicaba sus mejores horas a, en silencio, acariciar su diente. Es una lástima que dignidades ya en ejercicio no hayan encontrado un equivalente del diente roto que, si bien, no lo  llevaran  al pensamiento, por lo menos los ayudarán a mantenerse callados.


Año, 2001

jueves, 21 de enero de 2016

De que vuelan, vuelan

De que vuelan, vuelan.


Vamos a ver 
Aquí veo un nombre
 
el nombre es Luis
 
Si señor
 
Luis se llama el candidato
 
que va a ser el ganador
 
el apellido mijito
 
en mi bola no se ve bien
 
pero tiene siete letras
 
siete letras puedo ver.
 

Billos Caracas Boy´s

De los programas de radio que más extraño de la radio venezolana de principio de los setenta es  Nuestro Insólito Universo, esos cinco minutos recorriendo las cosas más extrañas e inverosímiles eran un espacio refrescante de la radio. La voz de Porfirio Torres (¿Era él?) se  hizo famosa en la radio venezolana. No hay caraqueño de mi generación que no haya oído el bendito programa; que no pasara esos cinco minutos pegado a la radio esperando el desenlace de la pequeña trama llena de insólitas historias. Sin duda, lo extraño y lo insólito es atractivo. Tal vez en Venezuela tanto como en el resto del mundo.

En estos días, visitaba a unos amigos y por una de esas casualidades nos pusimos a hablar de los horóscopos y de las posibilidades  explicativas de los signos. Como en cualquier conversación cada uno toma partido. Lo mismo pasa cuando se discute la existencia de Dios, lo creyentes no podrán ser convencidos de lo contrario y viceversa.

Sin embargo, como en cualquier conversación los temas suelen profundizarse y nos vamos alejando del tema central, más allá de la posibilidad predictiva de los astros, lo que al final terminó capturando mi atención fue la seguridad que había en Marcos Vallejo de que cualquier concesión que yo hiciera al terreno de lo sobrenatural era atribuida  a mi nacionalidad.

No soy un experto; pero confieso que, hasta cierto punto, me he visto atraído por los astros y su capacidad predictiva. Tal vez sea la llamada Era de Acuario y todo el despertar cósmico, tan de moda en Venezuela: léase Carlos Fraga y todo su séquito de astrófilos.  No estoy convencido de que eso sea una verdad absoluta,  pero hay cosas que asombrosamente coinciden. 

Gracias a la telenovela venezolana, al menos para Marcos, nos hemos ganado la fama de seres llenos de supersticiones y que nos gusta más una lectura de cartas que un plato de caraotasDe la misma forma no soy un experto en telenovelas, pero al parecer en todas las novelas venezolana siempre hay un curioso, nombre simpático con el que aluden en  el oriente venezolano a los curanderos.

Nuestra afición por lo esotérico nos ha llevado a pronosticar candidatos presidenciales y a enjuiciar a astrólogos por sugerir de decadencia de algún presidente. En Hungría, para variar lo vi en CNN, la cosa se ha vuelto más pedestre y algunos sugieren que los curiosos deberían pagar impuestos como cualquiera otro profesional liberal.

Recuerdo una graciosa canción de la Billo´s Caracas Boys, en donde el brujo atinaba al próximo presidente aludiendo a aspectos que tanto Piñerúa como Luis Herrera tenían en común. Algo que supongo revela el sustento predictivo de todo lo esotérico: pronosticar lo obvio.  Pero más allá de la canción de la Billo´s  hagamos un profundo análisis de conciencia: quien no conoce de una señora que es bien buena, de un señor que vive por Antímano, pero que vale la pena  el viaje, porque el tipo buenísimo. Quién en Venezuela, no ha sellado un cuadrito de caballos o se ha mandado a leer cartas, aunque sea una vez.

Año, 1997

El rey merey


El Rey Merey.


Cuando éramos niños solíamos pasar nuestras vacaciones en El Tigre, un pueblito nacido por obra y gracia de la industria petrolera, en medio de lo que se llama la Mesa de Guanipa. En mis años de escuela primaria me enseñaron lo que era una Mesa,  pero raro accidente geográfico quedó olvidado y, aunque me detengo a hacer un ejercicio de memoria, no logro recordar. Debe ser porque cada vez que pasábamos por allí, mis ojos infantiles no veían mesa alguna y pensaba que mi maestra me estaba haciendo el cuento.

Transcurrieron muchas vacaciones de viajar todos los años a El  Tigre, era el momento de visitar a mis tíos y abuelos. Y según fuera temporada o no ir a pasar nuestros fines de semana al río. La fulana Mesa de Guanipa es atravesada por muchos ríos, bueno a decir verdad no sé si eran muchos, a lo mejor es un solo, pero mi mente infantil creían que eran muchos. Eran momentos increíbles y en donde la pasábamos Chancho.

Si era Semana Santa  además de ir al río, no sin asustarnos  con el cuento de que nos convertiríamos en pescados, los viajes a El Tigre se aderezaban con generosas porciones de Pastel de Morocoy. Una rica preparación oriental, muy apetecida, por aquellos años, en la Semana Mayor. Aunque su preparación no tiene nada de piadosa. No sé si todavía sea el plato central de la Semana Santa, ya que entiendo que el Morocoy es un animal en peligro de extinción, espero que haya desaparecido de la culinaria oriental.

Pero todo este largo cuento viene al caso porque en estos días Catalina debió viajar a Venezuela y la Gracia del Señor  la llevó hasta Puerto Ordaz. De allí  me mandaron una cestita de dulces típicos de esa zona de Venezuela. Dicha cesta de dulces tenían como protagonista casi exclusivo al Rey Merey.  Turrones y mazapanes, merey pasado y merey tostado. Me acordé de mis años infantiles y de aquellos viajes a El Tigre. Me acordé que en aquella época no era lo que se podía decir popular, para que mentir el merey era caro. Así que un buen día, mis hermanas y yo,  decidimos  recolectar nuestros propios mereyes y tostarlos en casa. Para qué pagar 2 ó 3 bolívares  (de los de aquella época) por algo que nacía en forma silvestre en todas las riberas de los ríos de la Mesa de Guanipa.

Para no hacerles largo el cuento, recogimos dos enormes sacos de semillas de merey, esa era la parte fácil, ya que esta rara fruta, tiene la semilla fuera. Así que uno puede tomar la semilla y desechar el fruto, sin mayor esfuerzo. Los llevamos a casa, nuestro padre nos observaba con la malicia del experto,  y los tostamos. De aquellos 2 enormes sacos, no salió más de medio kilo de merey tostado. De ese medio kilo la mitad chamuscado como carbón. Empero esa era la parte menos difícil. Empero la naturaleza es vengativa y la facilidad de obtener la semilla y desechar la fruta, se ve compensa en una leche que sale de la semilla y que tiene una fuerte capacidad abrasiva que puede despellejarte los dedos.

Nuestro padre, al vernos con nuestros dedos sangrados, y con el equivalente a unos 6 bolívares de merey tostado, nos llevó al Luchador (no tengo idea porque el centro de El Tigre, llevaba ese nombre) y nos compró a cada uno una bolsita de castañas de cajú, que es como llaman por estas tierras  al Rey Merey.

Año, 2000.



miércoles, 13 de enero de 2016

El norte es una quimera



El norte es una quimera.


Me fui para Nueva York
en busca de unos centavos
y he regresado a Caracas
como fuete de arriar pavos.
Luis Fragachán.

En la Avenida La Salle -esa misma que va a terminarse a las faldas de El Ávila justo donde queda Venevisión y el colegio que da nombre a la avenida- un poco antes de cruzarse con la Avenida Andrés Bello quedaba un restorán que por muchísimos años se llamó El Fogón. Ese restorán un buen día amaneció con su nombre cambiado -rara manía de los venezolanos de cambiarle los nombres a las vainas, tal vez, esperando que el cambio de nombre conjure un cambio de rumbo-  para pasar a llamarse El Hato Grill. A ellos el cambio de nombre, al parecer, les funcionó ya que llevan más de 30 años, con ese nombre, sazonando las noches caraqueñas.

Tal vez porque al pasar sus puertas -sostenida con unos pequeños y pesados saquitos que hacían la figura de contrapeso de una rudimentaria polea-  se nos habría el continente de la nostalgia, tal vez por la costumbre de tener siempre música en vivo,  tal vez por la cercanía a la casa,  tal vez por su excelente carne y buen servicio, tal vez porque allí uno se sentía como en casa, tal vez por algún azar de la vida,  nos hicimos asiduos de  la tasca de El Hato Grill; que en realidad se llamaba El Entreverao.

A eso de las 8 ó 9 de la noche, un par de veces a la semana,  casi religiosamente, íbamos a disfrutar de su excelente parrilla mixta y un par de Polar heladitas. De hecho, allí cobijados por ese clima familiar del local, esperamos la hora de irnos a casa para hacer retumbar las ollas el día que media Caracas  - y la otra mitad también - le pidió a CAP que renunciara.

Al salir de la UCV, habiendo abandonado las tascas estudiantiles, nos instalamos en El Hato. Todavía, cada vez que voy a Caracas, me acerco a El Hato y disfruto allí de las delicias de la comida criolla y de la música en vivo que El Hato siempre nos ha regalado; bueno en realidad nos cobra muy disimulada y justamente.

Por un momento muy breve, debido a mi inminente partida, El Hato se convirtió en el  punto de encuentro de un selecto grupo de amigos. Por El Hato pasaron muchos cantantes de esos, medio improvisados, que deleitan el oído de quienes - bien sea por una reunión de negocios o por alguna canita al aire - iban a su tasca a pegarse unas birritas antes de llegar a casa. De aquellos cantantes recuerdo, muy especialmente, uno medio gordito que llamaban El Pájaro. Tal vez por su buena voz, tal vez por el parecido con el tenor italiano, tal vez porque se había pasado de palos  algún gracioso lo bautizó con el mote de Pajaroti. Este cantante fue por un tiempo un poco el alma del local y cada vez que íbamos le hacíamos llegar servilletas de papel con nuestras preferencias musicales.

Más de una vez Mindy Torres - vieja y querida amiga de aquella época – le pedía aquel hermoso merengue venezolano que le recordaba su época de estudiante texana en sus años cuatrotrientísticos. 

Al ritmo de aquel merengue venezolano, muy contagioso, y acompañados de la voz de Pajaroti siempre cantábamos: El Norte es una Quimera... y yo sin saber que, al parecer, el sur también lo es.

Año, 2001.