Duérmete
mi niño...
Duérmete mi niño
que tengo que hacer
lavar tus pañales
ponerme a coser.
Canción de cuna.
En estos días mi sobrina, quien también vive un exilio voluntario, me
envió una de esas graciosas tarjetas electrónicas. Se están volviendo muy
famosas y de verdad algunas de ellas son muy ingeniosas. La de mi sobrina tenía
la particularidad de hacerme oír una versión electrónica del himno nacional y
desde la distancia esas cosas son muy importantes.
Nuestro Himno Nacional, por
años, sirvió entre otras cosas para iniciar las clases y, como en todas partes,
lo cantábamos al entrar al colegio. Era un momento sagrado y por tal motivo,
estuvieras donde estuvieras, si lo escuchabas te veías obligado a detenerte y
quedarte inmóvil. Eso fue así por muchos años.
El himno también servía para
finalizar las emisiones de televisión, y los noctámbulos, al oírlo, sabíamos
que debíamos ir a-la-ca-mi-ta, como
decía el Topo Gigio. Eso fue así por años y a nadie molestaba. Pero fue el
célebre Luis Herrera Campins, quien además de hacernos vivir el Viernes
Negro, se le ocurrió la idea de hacer radiar las notas del Himno
Nacional al inicio al final y a medio día.
Supongo que LHC lo hizo en un arranque nacionalista. Me imagino
que supondría que las amas de casa, mientras apuradamente preparaban el
alimento de sus hijos y esposos, al oír las hermosas notas del Himno Nacional
se quedarían inmóviles mientras veían quemarse el arroz o las caraotas
refritas. Supongo que suponía que los
empleados bancarios, con apenas 30 minutos para almorzar presurosamente antes
de regresar a sus trabajos, si oían el Himno Nacional dejarían de comer y que
las personas que caminaban velozmente por la Avenida Urdaneta, se detendrían y
quedarían firmes bajo el solazo de marzo.
Recuerdo que en los primeros
días de la medida mi sobrina, la misma que me envió la postal, no tenía más de
4 años al oír el himno se paraba derechita. Pero con el tiempo nuestro himno se
nos convirtió en paisaje y comenzamos a ignorarlo, olímpicamente, mientras la
vida discurría normalmente.
Recuerdo que una vez, en una
reunión para ver las eliminatorias del mundial de Francia, que a menudo no son
más que un pretexto para reunirse y pegarse unas bielitas, un amigo colombiano
comentó que el de ellos era considerado como el más hermoso del mundo
después de la Marsellesa. Me quedé con la duda pero, no me quise poner a
discutir eso. Por una parte es imposible discutir con los fanáticos ese tipo de
cosas. Por otra, el nuestro, a decir de los entendidos es, musicalmente, muy
simple. Como yo no soy un experto en Himnos Nacionales no quise entrar en
detalles. Además en las transmisiones de fútbol uno no le para mucho a los
himnos y lo que interesa es el pitazo inicial.
Muchos años después del
comentario de Néstor González, así se llama mi amigo, encontré en Jorge Enrique
Adum la explicación: “eso se lo dicen a
todos los niños, excepto a los franceses”. Nuestro himno nacional, puede no
ser el segundo después de la Marsellesa, pero es nuestro y eso es más que
suficiente. Después de todo cuántos niños, franceses o no, son arrullados con
las notas de su Himno Nacional.
Año, 1998.
Duérmete mi niño...
ResponderEliminarEn estos días mi sobrina, quien también vive un exilio voluntario, me envió una de esas graciosas tarjetas electrónicas. Se están volviendo muy famosas y de verdad algunas de ellas son muy ingeniosas. La de mi sobrina tenía la particularidad de hacerme oír una versión electrónica del himno nacional y desde la distancia esas cosas son muy importantes.
Nuestro Himno Nacional, por años, sirvió entre otras cosas para iniciar las clases y, como en todas partes, lo cantábamos al entrar al colegio. Era un momento sagrado y por tal motivo, estuvieras donde estuvieras, si lo escuchabas te veías obligado a detenerte y quedarte inmóvil. Eso fue así por muchos años.
El himno también servía para finalizar las emisiones de televisión, y los noctámbulos, al oírlo, sabíamos que debíamos ir a-la-ca-mi-ta, como decía el Topo Gigio. Eso fue así por años y a nadie molestaba. Pero fue el célebre Luis Herrera Campins, quien además de hacernos vivir el Viernes Negro, se le ocurrió la idea de hacer radiar las notas del Himno Nacional al inicio al final y a medio día.
Supongo que LHC lo hizo en un arranque nacionalista. Me imagino que supondría que las amas de casa, mientras apuradamente preparaban el alimento de sus hijos y esposos, al oír las hermosas notas del Himno Nacional se quedarían inmóviles mientras veían quemarse el arroz o las caraotas refritas. Supongo que suponía que los empleados bancarios, con apenas 30 minutos para almorzar presurosamente antes de regresar a sus trabajos, si oían el Himno Nacional dejarían de comer y que las personas que caminaban velozmente por la Avenida Urdaneta, se detendrían y quedarían firmes bajo el solazo de marzo.
Recuerdo que en los primeros días de la medida mi sobrina, la misma que me envió la postal, no tenía más de 4 años al oír el himno se paraba derechita. Pero con el tiempo nuestro himno se nos convirtió en paisaje y comenzamos a ignorarlo, olímpicamente, mientras la vida discurría normalmente.
Recuerdo que una vez, en una reunión para ver las eliminatorias del mundial de Francia, que a menudo no son más que un pretexto para reunirse y pegarse unas bielitas, un amigo colombiano comentó que el de ellos era considerado como el más hermoso del mundo después de la Marsellesa. Me quedé con la duda pero, no me quise poner a discutir eso. Por una parte es imposible discutir con los fanáticos ese tipo de cosas. Por otra, el nuestro, a decir de los entendidos es, musicalmente, muy simple. Como yo no soy un experto en Himnos Nacionales no quise entrar en detalles. Además en las transmisiones de fútbol uno no le para mucho a los himnos y lo que interesa es el pitazo inicial.
Muchos años después del comentario de Néstor González, así se llama mi amigo, encontré en Jorge Enrique Adum la explicación: “eso se lo dicen a todos los niños, excepto a los franceses”. Nuestro himno nacional, puede no ser el segundo después de la Marsellesa, pero es nuestro y eso es más que suficiente. Después de todo cuántos niños, franceses o no, son arrullados con las notas de su Himno Nacional.
Año, 1998.