Nocturno de poeta y el tostiarepa.
Y así
fue como el bardo
resolvió el problema:
después de rellenarla
de nubes y de estrellas,
la luna en el bolsillo
le llevó a su doncella,
y ésta, que todavía
lo esperaba despierta,
entrándole a la luna
como a cualquier arepa,
se la pegó enterita
sin ver la diferencia.
Aquiles Nazoa
No me gusta
el tostiarepas, me gusta amasar y tratar de darle forma a las aperas que he de
llevarme a la boca, en parte porque no hago las arepas de la forma clásica, en
parte porque es rico calcular las bocas y hacer las arepas del tamaño justo
según los comensales, rindiendo tributo a aquel adagio, probablemente español,
pero que se hizo carne en la Venezuela en la cual me crié: Donde comen dos,
comen tres.
Y en tantos
años de exilio voluntario debo prepararlas del tamaño justo para que todos
podamos comer al mismo tiempo, aunque debo confesar que si estoy solo y si
nadie me ve, preparo una sola y única rueda
de camión, “para mi solito” como dice el comercial de una lotería local.
Mariagracia
sueña con el día que pueda alejarse de la casa, tal vez he sido un
padre demasiado omnipresente y ella ansía su libertad plena, aunque cada vez
que deja alguna embarrada estoy cerca
para recordarle que cuando ya no esté cerca habrá de recordarme
todos los días. Al contrario de Carolina que habiendo tenido la oportunidad de
irse e a vivir fuera ha hecho lo imposible por quedarse acá, huyendo a la
posibilidad de alejarse del confort de tener la mamá cerca. Son muy distintas
mis dos hijas.
Mariagracia
dedica, religiosamente, las mañanas de sus sábados a estudiar francés, guiada
por la ilusión de que eso, tal vez, le ayude ganar una beca y la oportunidad de
y vivir lejos de la mirada omnipresente de su padre. Cada vez que comete alguna
pendejada digna de cualquier adolescente se decirle que no se preocupe que yo
la agarro en la bajadita, pero creo que ella no entiende ese sutil dicho
venezolano.
Creo alguna
vez Mariagracia debió haber imaginado lo difícil que podría ser su
vida sin los desayunos arepísticos del domingo en la mañana lejos de
casa, hasta que un buen día descubrió en el tostiarepa.
Con sorpresa y con ingenuidad me comentó “que había un aparatito que te
permitía hacer arepas con solo poner la masa”. Creo que su sorpresa fue mayor
cuando descubrió que yo sabía de la existencia de aquel artilugio;
me preguntó por qué no teníamos uno. Le respondí que darle forma a un par de
arepas un día en la semana no era mucho trabajo y que en Venezuela, que comen
arepas todos los días eran muy necesarios, pero que aquí no me parecía muy
útil. Pero mentí, nunca fui amigo de los tostiarera. Me respondió que para
cuando ella se vaya de la casa quería llevarse uno.
Le dije que
no se vendían en Ecuador, pero que les escribiera a sus tías para que le
mandaran uno, pero no sin antes advertirle que le dedicara un par de horas de
su vida a amasar arepas. No sea que le pase como a tía política de mí de mi
gran amigo José Luis Cunha en los años de su exilio limeño. José Luís me contó,
mientras caminábamos por el centro de Lima y celebraba la llegada de un kilo de
Maizasabrosa con el cual agasajaría a su pequeña Paula.
José Luis
me contó que su tía política de visita en Lima quiso con una arepada agasajar a
sus amigos peruanos, pero que como ella en su vida había amansado un budare y
confiada en la magia del tostiarepas invitó a comer arepas a sus amigos
peruanos. No tomó en cuenta que la corriente 220 de Lima haría añicos la magia
de su tostiarepas, al final no pudo hacer las arepas a "punta de
budare" dejando muy mal para la comida nacional.
Así que de
vez en cuando hago que Mariagracia trate de darle forma a un par de arepas no
sea que la vida me la agarre en la
bajadita.
Año, 2014.
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