Pa´
mamá que da la teta...
Alguna vez se han preguntado porque nos gusta esa cosa, que no es más
que un trozo de masa y con escaso sabor, al que llamamos arepa. No sabemos por
qué nos gusta; simplemente nos gusta y eso es suficiente. Qué venezolano no
sucumbe ante el sabor de una arepa.
Cualquier persona que vaya a Caracas te dirá que le gustaron las
arepas. La mitad, seguramente, habrá mentido. Es casi un insulto que nuestro
mayor estandarte de la comida típica sea algo desagradable. A la mitad restante
no le gustaron: seguramente le gustó la carne mechada o la ensalada de reina
pepiá con la cual las rellenaron. Frente a esos suculentos rellenos hay
que ser estúpido para que no te guste.
Hay que nacer en Venezuela para que te gusten las arepas. En su
defecto, en cualquier otra parte del
mundo en donde se consiga, con alguna regularidad, Harina Pan o algún sustituto
parecido, y que el aportante de una
parte, al menos, el 50% de tu carga genética sea venezolano.
Los domingos, en esta casa, es casi una tradición comer arepas.
Carolina, de quien ya han oído hablar, odia los domingos. Los odia simplemente
porque amanece la casa con el sonido de la cocina preparando arepas; y una vez
que otra, con las notas, sublimes, del Alma Llanera.
Poco a poco hemos logrado que se meta un trocito de arepa a la boca. A
Catalina, de quien también han oído hablar, ya casi, le gustan. Pero ha sido
una labor, titánica, de proselitismo arepístico que lleva no menos de 3 años. Y
debo confesar, modestia aparte, que cada
día me quedan mejores.
Claro que aquí no se consigue Harina Pan, pero la Maisabrosa es un buen
sustituto, el día que esa empresa quiebre no sé donde me voy a meter. Debo ser
el mejor cliente de esa empresa. El día que me vaya nos vamos a extrañar
mutuamente.
Pero la explicación del por qué nos gustan las arepas me la enseñó
Carolina y esa perversa ingenuidad con la cual interpreta el mundo. Una mañana
de domingo mientras me veía comer arepas (me como tres, de ley) me preguntó
porque no me comía esa parte macilenta que sacamos del centro. Le contesté con
una naturalidad, pasmosa, que eso era
para los pericos y los bebes.
Ahí me di cuenta del por qué nos gustan las arepas. Después de algunos
meses de haber sido alimentados con leche materna, o en su defecto con leche S-26,
el primer alimento sólido que nos llevamos a la boca es un poco de masa de
arepa con mantequilla y quesito rayado.
Nos gustan las arepas por obvias razones. Despiertas a la vida
degustando, directamente de los dedos de tu madre, la arepa. Tu madre, como la
mía, nos alimentó con amor, devoción y
en la más absoluta ingenuidad con esa
parte blanda de la arepa que reservamos para los pericos y los bebes. Como no
te va a gustar las arepas. Además nos estuvieron arrullando, por años, la célebre canción: arepita de manteca... arepita de cebada.
Año, 1998.
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