María la bollera...
La muchachita que el
mercado
vende los bollos todos los días
a los casados vende al contado
y a los solteros bollos le fía
De ingenua manera y sin proponérmelo las gaitas se han vuelto una
tradición navideña en la casa, al llegar diciembre comenzamos a oírlas y no
paramos hasta enero, en donde caen en un olvido de 11 meses. Carolina, de quien
ya han oído hablar, canta Sentir Zuliano con una emoción digna
de cualquier maracucho.
Alguna vez se puso a cantar María la bollera y cuando Catalina
me preguntó qué era un bollo le respondí que era un exquisito subproducto de la
preparación de las hallacas. Le expliqué
que el poquitín de guiso que sobra y un poco de masa son mezclados y dispuestos
en las hojas de plátano y a los 20 minutos podíamos disfrutar de una de las
preparaciones típicas de nuestra navidad. Sin vacilar me dijo que eso lo podía
entender, pero que dónde estaba la mala
intención. Al parecer el tono de la popular gaita implicaba el doble sentido
que nos caracteriza.
Hace un par de años acordamos que un diciembre lo pasaría en Caracas y
el siguiente con la familia, esté donde estemos. El año pasado recibí el año en
Caracas y este año hice un intento; pero Carolina, inmediatamente, me recordó
que este año me tocaba pasarlo con ellas. Así que este diciembre no iré a
Caracas antes del 31.
Confirmé, vía mail, que iba el 2 de Enero (al parecer a las líneas
aéreas, como a mí nos dio miedo viajar el primero de enero) y mi familia se comprometió a recibirme con
algunas hallacas, pan de jamón, ensalada de gallina y algunas, polarcitas heladas. Aunque en la
respuesta de me hermana sentí un tono triste. Casi sentí que la estaba poniendo
en un compromiso. Pero en el fondo sé que siempre ha sido así.
Desde que tengo uso de razón todos los años, al llegar diciembre,
nuestras madres nos decían que no estaban seguras si ese año se podrán hacer las hallacas.
Se quejaban del alto costo de la vida,
de la inflación y de los especuladores.
Pero al final la gente hace su esfuerzo, hace sus economías y cada
diciembre se comen, en todos los hogares, las reglamentarias hallacas
decembrinas. A lo mejor un poco más chiquitas, pero hallacas. Tal vez sea que a los venezolanos nos gusta
quejarnos, y las hallacas son un
pretexto para practicar nuestro deporte nacional: hablar mal del gobierno.
Tengo un año de haber visitado Caracas por última vez. En aquel
diciembre Chavéz era el presidente electo y se encontraba de viaje, tal vez
estrenando la visa que le habían otorgado en esos días. Eran días de gran
euforia, su abrumadora victoria había llenado de esperanzas a propios y
extraños. Pocos eran los que, pública o privadamente, reconocían no haber
votado por él.
En lo particular yo no guardaba mayores esperanzas, pero la gran
mayoría sí. Un año después tengo la impresión, de que la cosa no ha mejorado
mucho, que la crisis se ha agudizado. Y que este año, como siempre, la gente
estará pensando: la masa no está pa’ bollo.
Año, 2000.
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