Y el queso
que había en la mesa,
también se
lo comió,
ese
barbarazo acabó con tó
Wilfrido
Vargas.
Mi primer
contacto con Brasil fue a través de la célebre película protagonizada por
Charlton Heston, la vi en mis años infantiles en más de una
oportunidad ya que en aquellos años los canales de televisión repetían las
películas, y como no existía la televisión por cable, podían darse el lujo de
hacerlo una y otra vez impunemente; los
televidentes no podíamos ejercer nuestra libertad de elegir mas allá de la veo
o no la veo. En los otros canales también estaban, seguramente, repitiendo
alguna película.
Marabunta
fue la primera y mejor lograda de muchas películas que trataron de
aterrorizarnos con una plaga de insectos mutantes que un buen día salen a
cobrar venganza sobre el género humano.
Creo que me impresionó porque en El Tigre el pueblito donde nací,
abundaban las hormigas, las había muchos colores y de muchos tamaños, pero las que no puedo
olvidar eran unas rojas, muy robustas y fuertes. Armadas que un par de
mandíbulas que si lograban agarrarte con ellas la mordida era realmente
dolorosa; por ello no me parecía que fuera totalmente ficción lo que la
película narraba en más de una oportunidad las vi dar cuenta del jardín de mi madre
dejándolo sin una sola hojita.
Como yo la
vi televisión la disfruté en blanco y negro, pero seguramente había sido
filmada en Tecnicolor, no pude nunca saber de qué color eran las que arruinaron
Charlton Heston, las imaginaba parecidas
a nuestro vernáculo bachaco. Además verla en blanco y negro aumentaba el
dramatismo de la película, no se las voy a contar porque creo que muchos de
ustedes deben recordarla, aunque en
estas tierras creo que no la pasaron porque a nadie que se la he comentado
tiene una leve idea de lo que se trata.
Marabunta
había quedado dormida en mi inconsciente hasta que tuve la oportunidad de visitar Indaiatuba,
una ciudad brasilera
cerca de Sao Pablo. Al llegar no pude dejar de observar una planicie llena de
montículos de arena de al menos un metro de alto. Ver que en medio de la nada alguien se
hubiera dedicado prolijamente llenarla de aquellos montículos dispuestos a
exacta separación unos de otros me llamó la atención.
No resistí
la tentación y me acerqué a observarlos de cerca para comprobar, con horror,
que enormes hormigueros. Mi máquina de inventar recuerdos fue asaltada por las
imágenes de Charlton Heston tratando de
salvar lo poco que quedaba de su hacienda cafetalera de la plaga de hormigas.
No resistí
la tentación de mostrárselos a Mariagracia, le expliqué que eran hormigueros
enormes, pero que los nativos me habían dicho, quizá para tranquilizarme, que
no eran hormigas sino termitas. No eran grandes y robustas como los bachacos de
mi infancia, más bien eran pequeñas; pero eran milles de hormigueros. Para mi
sorpresa en aquella ciudad brasileña humanos y termitas convivían plácidamente.
Pero
Marabunta se transmutó en una palabreja que en argot popular venezolano se
convirtió en sinónimo de muchas cosas. Si notábamos a alguien con un apetito
ligeramente más allá de lo normal le decíamos que parecía una marabunta.
Incluso a más de un partido político se le acusó de ser una marabunta política para ilustrar
el deseo desmedido de querer comérselo todo.
Claro que
adecos y copeyanos quedaron reducidos a vulgares termitas si la comparamos con la marabunta roja-rojita
que exhibe enormes mandíbulas y voracidad que parece incontrolable, pero
igualmente recordé aquel refrán venezolano: Pa’ bachaco chivo.
Año, 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario