In memoriam Boris Vásquez Duarte.
Cuando
era joven, soltero y vivía en Caracas, en los años de la dulce bohemia, tuve un
amigo de carrete, como le dicen por aquí a las noches de farra. No me van a
creer no recuerdo como se le decía en aquellos años a una noche de tragos y
vida disipada. Pudiera ser Bonche, pero el bonche, para mí, en cierto sentido,
era una fiesta con algún nivel de estructuración. Una noche de farra/carrete es
mas bien espontánea y se sabe poco lo que pueda suceder. No tengo el sustantivo
apropiado, por ello voy a usar uno, pero puede ser demasiado genérico:
pachanga. Aunque la pachanga, mas que un
evento, es mas una forma de vivir y ver las cosas; pero estamos entrando en el
terreno, difícil, de la filosofía.
Por
aquella época mi amigo de carrete, farra, bonche y/o pachanga, a pesar de ser
peruano -o tal vez por eso mismo- era un amante fervoroso del mondongo. Me
refiero a la sopa típica de la cocina criolla. Esa sopa donde el sabor de una
pata de res, se funde con la panza y danzando con trozos de jojoto, pedazos de
ocume, suculentas porciones de ñame, uno que otro trozo de yuca dulce, en medio
de diminutos trocitos de zanahoria y
otras especies crean un sabor único que se rinde ante el leve toque de cilantro. Esa mezcla de
sabores crean una sopa capaz de devolverte la vida o de arrancártela.
Boris,
que era como se llamaba mi amigo, tenía una inusitada capacidad para la farra, carrete, bonche y/o pachanga, siempre que salíamos a tomarnos unas
cervecitas, a eso de las tres de la mañana, cuando ya el cuerpo no podía más.
Nos dirigíamos, sin prisa y sin pausa, al El Granjero de Chacao, no tengo idea
si aún exista, a pesar de no ser los mejores mondongos del mundo, te servían pequeñas porciones. Lo suficiente
y necesario para recomponer tu cuerpo
sin arriesgarte a una embolia. Al final, calabaza, calabaza: cada quien para su
casa. Nos marchábamos con la esperanza
que el ratón del día siguiente fuera
benigno. Como decía el viejo comercial de Diablitos Underwood: Qué
tiempos aquellos.
Hace algún
tiempo Les prometí contarles lo del Curanto,
y como lo prometido es deuda, se los cuento ahora; no vaya a ser que nunca se
los cuente. Así que puesto allí, entre la seguridad de unas machas a la parmesana y en la posibilidad remota de conocer
Chiloé, me decidí a probar el curanto. Habían venido por negocios Marianita, mi cuñada, y su jefe: Nicola. Era
uno de esos viajes de negocios en donde no te queda tiempo de conocer más que
el aeropuerto, un par de salas de reuniones, el lobby del hotel y uno que otro
restorán. Así que decidimos ir al Mercado Central. No puedes venir a Santiago
de Chile y no comer en Donde Augusto.
Frente a la carta y en medio de todas las suculentas viandas ofrecidas,
estaba allí el Curanto. Para ese
momento no era para mí mas que el nombre de una plato típico que rondaba mi
mente y mi curiosidad. Me decidí y lo pedí.
El
garzón, como le dicen por aquí a los
mesoneros, tomó la orden de todos los comensales y la mía del Curanto. Sin
mediar palabra y sin misericordia se alejó. Regresó a la media hora, con una
olla tamaño
baño, en donde se daban cita: medio pollo, cincuenta centímetros de
longaniza, un enorme trozo de pescado, un filete de res y una chuleta de chancho. Todo en medio de una
procesión de crustáceos y mariscos a discreción. Una hora después, este humilde
servidor caía rendido ante la olla intacta. Todos se reían de mi y mi
ocurrencia de pedir el célebre Curanto. Mientras trataba en vano de
dar cuenta de aquel plato, me acordé de las prudentes porciones de mondongo del
Granjero de Chacao. Me preguntaron que tal el Curanto sólo alcancé a contestar, parafraseando el
viejo refrán: bueno el Curanto, pero no tanto.
Octubre, 2000
Nota:
En
diciembre ya por esos azares del Facebook (en realidad del Sónico) puede
localizar a mi buen amigo Boris luego de casi un par de décadas de haberle perdido
la pista, pero gracias a las nuevas redes sociales nos pusimos en contacto y
le invite a visitar el Blog, se hizo seguidor bajo el pseudónimo de Borjohn. Cuando
estuve en Caracas, el tiempo apenas alcanzó para una llamada telefónica. Le
comenté que cuando viví en Chile le había escrito una para él, le prometí
colgarla tan pronto volviera a Quito, pero no lo hice, el lunes recibí un mail
de su hermano indicándome que había muerto el 10 de enero de un ataque cardiaco.
Revisando segun me indica lo comentaraios no quedan registrados en el blog
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