Nunca fui, particularmente, un
admirador de Ilan Chester. Creo que de sus canciones sólo recuerdo Cerro
El Avila que en mi época se convirtió en una especie de himno-homenaje
para el Sultán a cuyos pies la ciudad se rinde cual odalisca. De los otros
éxitos de Ilan recuerdo, apenas, el tema musical de Macho y Hembra, que por
obvias razones me gustó. Así que la última vez que fui a Caracas me
recomendaron comprar su nuevo disco: Cancionero.
Empero, sin concederle el beneficio de la duda, opté por un par de otros discos
que estaba seguro me serían buena
compañía.
Pero el Azar Inmóvil hizo que Abraham,
sabiamente, sin preguntarme mi opinión me enviara un cassette con las canciones
del nuevo Ilan. Así que me dispuse a oír
ese regalo de Abraham que, no en balde y literalmente, había atravesado medio
mundo para llegar hasta mis manos. Era
de noche, y para no molestar a las mujeres de la casa, lo escuché
solitariamente, con uno de esos aparatitos que en mi época se llamaban Walkman.
Para mi sorpresa encontré un Ilan desconocido, interpretando lindas canciones
venezolanas.
Así que en las tardes cuando llego de
la oficina, gracias a la excelente interpretación de Ilan, puedo escuchar un
poco de música venezolana sin el riesgo de que las mujeres de la casa me formen
sindicato. Así fue que descubrí que a La Mariagracia parece gustarle. Nunca entendí esa,
tan chilena, deformación de anteponer el prefijo LA a los nombres femeninos. Por eso le pegué el nombre, por que si
al alguno se le ocurre llamármela La
María , en buen chileno, le
saco la cresta. A Mariagracia parece gustarle las canciones de Ilan. Tal vez sólo le gusta sentirse, por un rato,
el centro del mundo
Así que con ambas niñas en las piernas
nos dedicamos, una que otra tarde, a escuchar música venezolana. Así fue como
llegué a la explicación, para Carolina, de lo que era un canto de ordeño. Le
conté que, en Venezuela, para ordeñar las vacas les cantábamos y por eso se
llamaban Cantos de Ordeño. Como Carolina no sabía que se cantaba en Ecuador para el ordeño le preguntamos a La Blanquita (nuestra Nana)
que siendo de allá, y habiendo alguna vez ordeñado vacas, seguramente sabría.
Carolina descubrió, con tristeza, que en su país ordeñaban a las pobres vacas
sin darles nada a cambio. Después le recordé que también teníamos cantos
de pilón y recordó que alguna vez había tratado de explicárselos; pero
en aquel momento no le pareció algo importante.
Seguimos oyendo algunas canciones más.
Al oír otra canción, con esa perversa ingenuidad con la que interpreta el
mundo, me preguntó qué hacíamos con esa
canción. Le tuve que decir que eso era sólo una canción que y no hacíamos nada
cuando la cantábamos.
Abril,
2001
Pues yo fui Fan de Ilan Chester... que cosas.
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