Si me pidieran, y nadie lo ha hecho, que nombrara un programa de TV que
haya marcado nuestra generación, esa generación que creció entre Sopotocientos
y Sábado Sensacional, tendría que nombrar a Viaje a las Estrellas. Fuimos esa
generación que creció ensoñando el futuro y acariciando el progreso. Ese que
tuvimos, casi, en la yema de los dedos.
Crecimos enamorados de la Enterprisse y emulando el saludo vulcano del
Señor Spock. En nuestros años eso de portar un aparatito que nos podría
comunicar sin barreras era ciencia-ficción. Después vinieron los celulares a
arruinar nuestros sueños y a dejarnos esperando la llegada, implacable, de las
máquinas teletransportadoras y con la certeza de que el futuro llega, y cada
vez más rápido, como bien dijo IBM en un comercial de hace unos pocos años.
En nuestra época los teléfonos sólo servían para hablar y las máquinas
de fax eran sueños imposibles. Silicon Valley no era más que un montón de
piedras en alguna parte del mapa de los Estados Unidos. Nacimos con el papel
carbón y las fotocopias eran un producto costoso, reservado sólo para las
partidas de nacimiento y algún otro documento importante. Después las fulanas
máquinas Xerox llenaron los pasillos universitarios y nos regalaron la ilusión
de haber leído cada una de esas páginas copiadas por unas pocas monedas.
Recuerdo a un profesor universitario observar aterrado, mientras
aguardaba con paciencia su jubilación, la proliferación de estas máquinas. Este
profesor comentó que en su época debían ir a las bibliotecas y copiar los
libros de texto con paciencia y buena letra. “Mientras copiabas y de tanto copiar – comentó - algo se te iba quedando”.
Hoy la Internet nos ha regalado una generación de estudiantes que jura
que investigar es hacer un download de
documentos cibernéticos, mientras chatean con un amigo invisible en
algún otro lugar del mundo. Eso somos: una generación alcanzada por el futuro,
con pocas esperanzas de soñar uno propio.
Me pidió Omar, en medio de ese optimismo contagioso que posee, que
prepara una segunda selección de estas crónicas, al fin y al cabo, nada cuesta
entrar a un procesador de palabras y hacer un copy and paste. Así que lo hice y me puse a buscar un nombre.
Frente a una copa de un, creo, buen
cabernet suavignon llegó a mi mente esa frase que oímos de niños y nos acompañó por años: Bitácora del Capitán, fecha
estelar... Sin duda es un buen ejemplo de un viaje que debió durar unos
pocos años y se ha vuelto eterno.
Me quedé pensando en Venezuela: nuestra
pequeña Enterprisse varada en el mar de la felicidad. Para qué mentir;
sentí pesar de que al mando no esté el Capitán Kirk y que José Vicente no sea
el Señor Spock.
Santiago de Chile,
Noviembre del 2000.