Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

jueves, 19 de noviembre de 2015

Uno con todo

Uno con todo...


Quien no ha pedido un perro con todo en Plaza Venezuela las tresaeme, luego de una trasnochada de  San Viernes. Quien  saliendo de una tasca con “sopotocientas cervezas en una noche” no ha ido a parar a un perrocalentero de Sabana Grande a mitigar el filo que deja la Polar.

En mi época había uno que quedaba en el Obelisco de Altamira que era un verdadero maestro del oficio. Allí fui a parar un par de veces, creo que ya no existe, pero era famoso y, en aquella época,  lo conocía por su nombre de pila. Hoy mi memoria me ha abandonado y sólo recuerdo que le ponía hasta carnita mechada y quesito parmesano. Fue quien inauguró la sabia costumbre de regalarnos una colección de salsas de mil colores y sabores que poco a poco se convirtió en la insignia de una industria que vivía de los transnochadores.

El éxito de los perrocalenteros  trató de ser imitado por muchos, pero pocos lo lograron. Quien a las tresaeme no ha pensado que es un Negocio Redondo eso de vender perrocalientes y mientras pide el segundo soñó con un emprendimiento similar, y sigue soñando mientras pide el tercero; pero con full mostaza.

Es gente industriosa y el éxito viene, si viene, después de mil y una noches de trasnocho y  lidiar con borrachos y policías. Yo mismo tuve ese sueño, para luego entender que el verdadero negocio no está en vender perrocalientes sino en fabricar los benditos carros. Ambas son industrias que crecieron abrigadas por los sueños de los ingenuos que habitamos las noches caraqueñas.

En estos días abrió, aquí, operaciones McDonald´s, como en todas partes la cosa se convirtió en un acontecimiento, casi comparable con las Fiestas Patronales de Elorza, hubo rifas, desfiles, camisetas y gorras a granel.

Me acordé cuando McDonald’s abrió su primer restorán en El Rosal; eran los primeros días del fin.  Nuestra clase media, que había -de la noche a la mañana-  perdido la oportunidad de viajar a Miami, se concentró en El Rosal a recuperar algo de su grandeza perdida, para después decir que son buenas; pero no se parecen a las que comíamos en Orlando, mientras enjuagaba alguna lágrima. 

Dicen las malas lenguas que la inversión se amortizó en esos 2 primeros días de colas frente al counter de atención de famoso restorán; yo no creo. Probablemente es fruto de la maledicencia humana. El éxito es la peor carta de presentación. Si fue cierto,  no tiene nada de malo, si alguien tiene una gran idea es justo que su esfuerzo financiero sea recompensado con el éxito. Es igual que el negocio de los perrocalientes. No todos triunfan.

El triunfo de McDonald’s fue el dolor de cabeza de las otras cadenas de fast food y de algunas  Areperas, pero  los perrocalientes de Plaza Venezuela siguen alimentando, espero, las trasnochadas farras caraqueñas.

Pero lo que realmente me llamó la atención fue cuando estaba hace pocas semanas leyendo una revista de negocios donde publicaban el Índice McDonald’s. Simpático índice para medir el nivel adquisitivo de las respectivas monedas y de allí el nivel de vida de las personas en los países en donde la cadena está radicada. Es un índice muy sencillo dividen el costo del  Big Mac entre el salario promedio neto  y calculan el número de horas que se requieren en cada país  para acceder a una hamburguesa.

Si supieran cuantas horas necesita un caraqueño estar detrás de la computadora para comerse una hamburguesa seguro que si no se le quita el hambre, al menos se les quita el hipo.

Año, 1995.

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