Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El Amolador


El amolador...


El amolador de Caracas
No se escucha más con su flauta
Su recuerdo parece que fue un sueño
En el alma del viejo caraqueño.
Billo Caracas Boys.

Pasaba por la casa, todas las tardes, un zapatero que iba gritando de una extraña manera: zapateroooooooo. Dejaba la O abierta y volvía a repetir el grito, empezando sin haber terminado el anterior. Tanto así que uno lo que llegaba a oír, realmente, era la ooooooo y ya uno sabía que venía un zapatero. Entonces salíamos, corriendo, a buscar los zapatos viejos. Aquellos que se habían quedado  en el fondo del closet, esperando su segunda vida.  Este era un grito universal ya que todos los zapateros gritaban igual, y todos ponían la media suela por un par de monedas.  Con el tiempo ya nunca más los volví a oír. Imagino que la bonanza petrolera desterró al zapatero remendón y, con ellos, la media suela. Nacimos al imperio de los zapatos desechables.

También pasaba, en aquella época, un señor en una bicicleta andrajosa, pero no gritaba, sonaba un pitico y uno sabía que venía el amolador. Eran muchos, pero compartían ese eslogan musical que los identificaba. El sonido de su pitico fue por muchos años  su grito de trabajo. Hasta el día que Piñerúa se hizo famoso con unos piticos idénticos que emulaban su nombre.  Sucedió algo similar al grito de los zapateros, al oír las primeras notas del pitico, uno sabía que por allí venía un Adeco.

Volviendo a los amoladores; su pitico hacía que mi hermana Betsy, al oírlo, saliera corriendo a ponerse algún coroto en la cabeza y pidiera un deseo. Era parte de una leyenda urbana que decía que: al oír pasar un amolador, si te ponías algo en la cabeza, al pedir un deseo se cumpliría.  No tengo idea de lo que hayan sido sus deseos. Espero que todos se hayan cumplido

Los zapateros y los amoladores eran parte de la tradición  medio rural de la Caracas de finales de los sesenta. Se hicieron parte de la geografía de nuestra la ciudad. Tal como hoy son, sin gritos ni pitos, los que recogen las latas de cerveza. Las mismas que dejamos en las esquinas con despreocupación de saber  que alguien pasará a recogerlas al día siguiente.

Ayer sentado en mi oficina oí pasar un amolador. El sonido de su pito era distinto, pero era idéntico, tanto que lo reconocí al momento. Me asomé a la ventana sólo a verificar que se trataba de un amolador. Efectivamente pasaba un amolador, en una bicicleta desvencijada y añosa. Era una bicicleta muy distinta a la que tenía el amolador que pasaba por frente de mi casa; pero era un amolador. Me pareció raro que en una ciudad que presume de su cosmopolitismo los amoladores sean tan idénticos a los de la Caracas de mi infancia. Me pareció extraño a miles de kilómetros de Caracas los amoladores usaran un pitico como el de Pinerúa. Sentí deseos de ponerme algo sobre la cabeza y no desear nada.

Año, 1999.

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