Una
noche de bohemia en Guayaquil.
Hoy fui a probar el pan de jamón que está vendiendo mi buen amigo Roger
Cárdenas en sus locales de comida venezolana aquí en Quito. Hace quince años no
había muchos venezolanos por estas tierras y por lo tanto no había locales de
comida venezolana, si querías una arepa de “carne mechá” o alguna otra
exquisitez de la comida venezolana tenías que hacértela en casa.
Hoy la cosa ha cambiado y hay muchos y buenos locales de comida
venezolana. Entre ellos Na`Guara, un lindo restaurante de comida venezolana
atendido con una linda sonrisa venezolana.
Hace 15 años, como no había restaurantes de comida típica en Ecuador, me armé de paciencia, cariño y recuerdos para
reconstruir mi herencia culinaria entre ellas el pan de jamón que me ganó
amigos y cariños en Guayaquil. La cocina todavía me sigue ganado amigos e
historias. La comida y el acto supremo de cocinar para los tuyos construyen historias hermosas. Mariagracia se refiere a
mi manera de preparar el chocolate como el “Chocolate de la Abuelita Luz” y
crecerá creyendo que las tostadas francesas son un invento caraqueño.
Hace unos días, una buena amiga de aquellos años guayaquileños me
preguntó si este año iba hacer Pan de Jamón para anotarse con “algunitos”,
graciosa expresión ecuatoriana que tratan de minimizar el número final, suenan
poquitos; pero son bastantes. Aquella buena
amiga a quien hice probar el manjar caraqueño en mis primeros años de
residencia en la Perla del Pacífico me comentó que le parecía una excelente
idea para los regalos navideños de su empresa, y para convencer hasta me
ofreció pagármelos.
Le comenté que hacer panes de jamón siempre fue para mí un acto de
supremo amor y que no pensaría en lucrar con ellos, digamos en buen
guayaquileño: “que me le barajé” fue un pretexto para como diríamos en
Venezuela “sacarle el cuerpo” a la dura tarea de amasar 20 panes de jamón.
Hacer pan de jamón –para quien, como yo, amasa a mano- solo se explica como un
acto de amor, por lo tanto que no me pidiera someterme a esa dura tarea.
Además luego de muchos años me iría a pasar la navidades en Caracas y
en cada esquina tendría olor a pan de jamón así que no tenía motivos para
dedicarme a la amasadera de pan. Aunque estoy tentado a hacer un par para
dejarlos en casa y que los coman en la cena del veinticuatro, no se tal vez no
los haga y todo quede allí en una sana y postergada intención.
Empero me comprometí con Mariela Martínez a buscarle un pan de jamón
entre los muchos locales de comida venezolana que han proliferado en esta
hermosa ciudad que nos ha dado cobijo en este éxodo de venezolanos, aunque bien vista la cosa, como aquel refrán
rezaba, tanto nadar pa´morir en la orilla.
Así que fui a visitar y a probar los panes de jamón de Roger y los
acompañe con un papelón con limón (sé que igual que yo piensan que es una rara
combinación) pasé un rato allí haciendo tiempo para ir a visitar a un cliente,
con eso del Blackberry ya podemos hacer oficina desde cualquier lugar, era
viernes y el tráfico me hizo desistir de volver a casa.
En mis años guayaquileños, años de la bohemia, me gané algunos buenos
amigos a punta e’ pan de jamón. Pero, en todo caso, pero no dejó de parecerme hermoso que alguien
que no haya nacido en Venezuela lleguen las navidades y se acuerde del tierno
sabor de un buen pan de jamón.
Año, 2009.
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