Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

jueves, 19 de noviembre de 2015

Pa mamá que da la teta

Pa´ mamá que da la teta... 


Alguna vez se han preguntado porque nos gusta esa cosa, que no es más que un trozo de masa y con escaso sabor, al que llamamos arepa. No sabemos por qué nos gusta; simplemente nos gusta y eso es suficiente. Qué venezolano no sucumbe ante el sabor de una arepa.

Cualquier persona que vaya a Caracas te dirá que le gustaron las arepas. La mitad, seguramente, habrá mentido. Es casi un insulto que nuestro mayor estandarte de la comida típica sea algo desagradable. A la mitad restante no le gustaron: seguramente le gustó la carne mechada o la ensalada de reina pepiá con la cual las rellenaron. Frente a esos suculentos rellenos hay que ser estúpido para que no te guste.

Hay que nacer en Venezuela para que te gusten las arepas. En su defecto, en  cualquier otra parte del mundo en donde se consiga, con alguna regularidad, Harina Pan o algún sustituto parecido, y que el aportante  de una parte, al menos, el 50% de tu carga genética sea venezolano.

Los domingos, en esta casa, es casi una tradición comer arepas. Carolina, de quien ya han oído hablar, odia los domingos. Los odia simplemente porque amanece la casa con el sonido de la cocina preparando arepas; y una vez que otra, con las notas, sublimes, del Alma Llanera.

Poco a poco hemos logrado que se meta un trocito de arepa a la boca. A Catalina, de quien también han oído hablar, ya casi, le gustan. Pero ha sido una labor, titánica, de proselitismo arepístico que lleva no menos de 3 años. Y debo confesar, modestia aparte, que  cada día me quedan mejores.

Claro que aquí no se consigue Harina Pan, pero la Maisabrosa es un buen sustituto, el día que esa empresa quiebre no sé donde me voy a meter. Debo ser el mejor cliente de esa empresa. El día que me vaya nos vamos a extrañar mutuamente.

Pero la explicación del por qué nos gustan las arepas me la enseñó Carolina y esa perversa ingenuidad con la cual interpreta el mundo. Una mañana de domingo mientras me veía comer arepas (me como tres, de ley) me preguntó porque no me comía esa parte macilenta que sacamos del centro. Le contesté con una naturalidad, pasmosa,  que eso era para los pericos y los bebes.
Ahí me di cuenta del por qué nos gustan las arepas. Después de algunos meses de haber sido alimentados con leche materna, o en su defecto con leche S-26, el primer alimento sólido que nos llevamos a la boca es un poco de masa de arepa con mantequilla y quesito rayado.

Nos gustan las arepas por obvias razones. Despiertas a la vida degustando, directamente de los dedos de tu madre, la arepa. Tu madre, como la mía, nos alimentó con amor,  devoción y en la más absoluta ingenuidad  con esa parte blanda de la arepa que reservamos para los pericos y los bebes. Como no te va a gustar las arepas. Además nos estuvieron arrullando, por años,  la célebre canción: arepita de manteca...  arepita de cebada.

Año, 1998.


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