Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Marabunta



Y el queso que había en la mesa,
también se lo comió,  
ese barbarazo acabó con tó
Wilfrido Vargas.



Mi primer contacto con Brasil fue a través de la célebre película protagonizada por Charlton  Heston, la vi  en mis años infantiles en más de una oportunidad ya que en aquellos años los canales de televisión repetían las películas, y como no existía la televisión por cable, podían darse el lujo de hacerlo una y otra vez  impunemente; los televidentes no podíamos ejercer nuestra libertad de elegir mas allá de la veo o no la veo. En los otros canales también estaban, seguramente, repitiendo alguna película.

Marabunta fue la primera y mejor lograda de muchas películas que trataron de aterrorizarnos con una plaga de insectos mutantes que un buen día salen a cobrar venganza sobre el género humano.  Creo que me impresionó porque en El Tigre el pueblito donde nací, abundaban las hormigas, las había muchos colores  y de muchos tamaños, pero las que no puedo olvidar eran unas rojas, muy robustas y fuertes. Armadas que un par de mandíbulas que si lograban agarrarte con ellas la mordida era realmente dolorosa; por ello no me parecía que fuera totalmente ficción lo que la película narraba en más de una oportunidad las vi dar cuenta del jardín de mi madre dejándolo sin una sola hojita.

Como yo la vi televisión la disfruté en blanco y negro, pero seguramente había sido filmada en Tecnicolor, no pude nunca saber de qué color eran las que arruinaron Charlton  Heston, las imaginaba parecidas a nuestro vernáculo bachaco. Además verla en blanco y negro aumentaba el dramatismo de la película, no se las voy a contar porque creo que muchos de ustedes deben recordarla, aunque en estas tierras creo que no la pasaron porque a nadie que se la he comentado tiene una leve idea de lo que se trata.

Marabunta había quedado dormida en mi inconsciente hasta que tuve la oportunidad  de visitar Indaiatuba, una ciudad brasilera cerca de Sao Pablo. Al llegar no pude dejar de observar una planicie llena de montículos de arena de al menos un metro de alto.  Ver que en medio de la nada alguien se hubiera dedicado prolijamente llenarla de aquellos montículos dispuestos a exacta separación unos de otros me llamó la atención.

No resistí la tentación y me acerqué a observarlos de cerca para comprobar, con horror, que enormes hormigueros. Mi máquina de inventar recuerdos fue asaltada por las imágenes de Charlton  Heston tratando de salvar lo poco que quedaba de su hacienda cafetalera de la plaga de hormigas.
No resistí la tentación de mostrárselos a Mariagracia, le expliqué que eran hormigueros enormes, pero que los nativos me habían dicho, quizá para tranquilizarme, que no eran hormigas sino termitas. No eran grandes y robustas como los bachacos de mi infancia, más bien eran pequeñas; pero eran milles de hormigueros. Para mi sorpresa en aquella ciudad brasileña humanos y termitas convivían plácidamente.

Pero Marabunta se transmutó en una palabreja que en argot popular venezolano se convirtió en sinónimo de muchas cosas. Si notábamos a alguien con un apetito ligeramente más allá de lo normal le decíamos que parecía una marabunta. Incluso a más de un partido político se le acusó  de ser una marabunta política para ilustrar el deseo desmedido de querer comérselo todo.

Claro que adecos y copeyanos quedaron reducidos a vulgares termitas  si la comparamos con la marabunta roja-rojita que exhibe enormes mandíbulas y voracidad que parece incontrolable, pero igualmente recordé aquel refrán venezolano: Pa’ bachaco chivo.

Año, 2014.


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