Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Fuego al cañón.

Fuego al Cañón...


Niño chiquitico,
Niño parrandero
Vente con nosotros
Hasta el mes de enero.
Oswaldo Oropeza

Aquella Navidad, fui a llevarle un paquetito con cartas y regalitos para mi casa a un amigo, especialista en alimentación animal, que se disponía a pasar Navidades en Caracas. Mientras nos echábamos un palito, (aunque eso aquí puede prestarse a malas interpretaciones) surgió espontáneamente el comentario sobre la noticia que de ese año los cubanos celebrarían La Navidad.   Yo casi no podía entender la euforia que significaba para propios y extraños que se celebrara por primera vez en más de 30 años La Navidad en Cuba. Que había sido necesario que Castro accediera celebrarla, en una especie de agraciamiento con El Papa.

Me resultaba confuso porque no entendía como pudo el régimen de Castro abolir La Navidad. Yo reía y decía que era tan absurdo como abolir el dulce de lechosa e insistía que si la tradición consistía en la parte culinaria del asunto, La Navidad no la puedes abolir. Para mi era imposible que durante estos 30 años los cubanos no comieran lo que haya sido su plato típico; pero mi amigo me explicaba que la Cena Navideña cubana era lechón y que si sacrificabas un lechón  de 20 kilos también sacrificabas un chancho de 190.

Existe la posibilidad de que en medio de las calamidades y restricciones  que han pasado los cubanos no hayan tenido su plato típico. Entonces el régimen habría tenido un gran aliado en el bloqueo. No soy muy beato, pero si a los cubanos les daba por rezar en las Navidades, supongo que lo habrían podido hacer, supongo que los cubanos rezan calladitos como en todas partes, nadie necesita un alto parlante para echar un rezadita y por suerte el Big Brother de Orwell es todavía ficción, aunque no se sabe por cuánto tiempo.

Aunque, en honor a la verdad, hay maneras escandalosas de echar un rezadita. La Gaita es una forma ingeniosamente bullanguera de rezar. Quien no sea venezolano no logra entender como ese ritmo, sonoro y muy movido, puede reconciliarnos con el creador. Fuera de Venezuela la Gaita no tiene ninguna posibilidad de comprensión. Lo he experimentado. Resulta incomprensible, a los oídos foráneos,  que esa música me ayude al recogimiento espiritual de la fecha.

Después de la explicación de José Vicente Briceño, entendí y me quedé pensando si la Revolución hubiera triunfado en Venezuela en los 60, como habría hecho Douglas Bravo, Eduardo Machado,  Américo Martín, o cualquiera que hubiera encarnado el papel de Castro en Venezuela, para abolir Las Navidades y con ellas el dulce de lechosa y la Gaita Maracucha


Año 1998.

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