Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

jueves, 21 de enero de 2016

El rey merey


El Rey Merey.


Cuando éramos niños solíamos pasar nuestras vacaciones en El Tigre, un pueblito nacido por obra y gracia de la industria petrolera, en medio de lo que se llama la Mesa de Guanipa. En mis años de escuela primaria me enseñaron lo que era una Mesa,  pero raro accidente geográfico quedó olvidado y, aunque me detengo a hacer un ejercicio de memoria, no logro recordar. Debe ser porque cada vez que pasábamos por allí, mis ojos infantiles no veían mesa alguna y pensaba que mi maestra me estaba haciendo el cuento.

Transcurrieron muchas vacaciones de viajar todos los años a El  Tigre, era el momento de visitar a mis tíos y abuelos. Y según fuera temporada o no ir a pasar nuestros fines de semana al río. La fulana Mesa de Guanipa es atravesada por muchos ríos, bueno a decir verdad no sé si eran muchos, a lo mejor es un solo, pero mi mente infantil creían que eran muchos. Eran momentos increíbles y en donde la pasábamos Chancho.

Si era Semana Santa  además de ir al río, no sin asustarnos  con el cuento de que nos convertiríamos en pescados, los viajes a El Tigre se aderezaban con generosas porciones de Pastel de Morocoy. Una rica preparación oriental, muy apetecida, por aquellos años, en la Semana Mayor. Aunque su preparación no tiene nada de piadosa. No sé si todavía sea el plato central de la Semana Santa, ya que entiendo que el Morocoy es un animal en peligro de extinción, espero que haya desaparecido de la culinaria oriental.

Pero todo este largo cuento viene al caso porque en estos días Catalina debió viajar a Venezuela y la Gracia del Señor  la llevó hasta Puerto Ordaz. De allí  me mandaron una cestita de dulces típicos de esa zona de Venezuela. Dicha cesta de dulces tenían como protagonista casi exclusivo al Rey Merey.  Turrones y mazapanes, merey pasado y merey tostado. Me acordé de mis años infantiles y de aquellos viajes a El Tigre. Me acordé que en aquella época no era lo que se podía decir popular, para que mentir el merey era caro. Así que un buen día, mis hermanas y yo,  decidimos  recolectar nuestros propios mereyes y tostarlos en casa. Para qué pagar 2 ó 3 bolívares  (de los de aquella época) por algo que nacía en forma silvestre en todas las riberas de los ríos de la Mesa de Guanipa.

Para no hacerles largo el cuento, recogimos dos enormes sacos de semillas de merey, esa era la parte fácil, ya que esta rara fruta, tiene la semilla fuera. Así que uno puede tomar la semilla y desechar el fruto, sin mayor esfuerzo. Los llevamos a casa, nuestro padre nos observaba con la malicia del experto,  y los tostamos. De aquellos 2 enormes sacos, no salió más de medio kilo de merey tostado. De ese medio kilo la mitad chamuscado como carbón. Empero esa era la parte menos difícil. Empero la naturaleza es vengativa y la facilidad de obtener la semilla y desechar la fruta, se ve compensa en una leche que sale de la semilla y que tiene una fuerte capacidad abrasiva que puede despellejarte los dedos.

Nuestro padre, al vernos con nuestros dedos sangrados, y con el equivalente a unos 6 bolívares de merey tostado, nos llevó al Luchador (no tengo idea porque el centro de El Tigre, llevaba ese nombre) y nos compró a cada uno una bolsita de castañas de cajú, que es como llaman por estas tierras  al Rey Merey.

Año, 2000.



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