Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

lunes, 11 de enero de 2010

Una noche de bohemia en Guayaquil.


Yo soy un bohemio
así es mi vida
y hoy que estoy tan lejos
mi alma no te olvida.
Por eso es que brindo
por mis buenos amigos
esta copa de vino…



Hoy fui a probar el pan de jamón que está vendiendo mi buen amigo Roger Cárdenas en sus locales de comida venezolana aquí en Quito. Hace quince años no había muchos venezolanos por estas tierras y por lo tanto no había locales de comida venezolana, si querías una arepa de “carne mechà” o alguna otra exquisitez de la comida venezolana tenías que hacértela en casa. Hoy la cosa ha cambiado y hay muchos y buenos locales de comida venezolana. Entre ellos Na`Guara, un lindo restaurante de comida venezolana atendido con una linda sonrisa venezolana.

Hace 15 años me armé de paciencia, cariño y recuerdos para reconstruir mi herencia culinaria entre ellas el pan de jamón que me ganó amigos y cariños en Guayaquil. La cocina todavía me sigue ganado amigos e historias. La comida y el acto supremo de cocinar para los tuyos construye historias hermosas. Mariagracia se refiere a mi manera de preparar el chocolate como el “Chocolate de la Abuelita Luz” y crecerá creyendo que las tostadas francesas son un invento caraqueño.

Hace unos días, una buena amiga de aquellos años guayaquileños me preguntó si iba hacer Pan de Jamón para anotarse con “algunitos”, graciosa expresión ecuatoriana que tratan de minimizar el número final, suenan poquitos; pero son bastantes. Aquella buena amiga a quien hice probar el manjar caraqueño en mis años de residencia en la Perla del Pacífico me comentó que le parecía una excelente idea para los regalos navideños de su empresa.

Le comenté que hacer panes de jamón siempre fue para mí un acto de supremo amor y que no pensaría en lucrar con ellos, digamos en buen guayaquileño: “que me le barajé” fue un pretexto para como diríamos en Venezuela “sacarle el cuerpo” a la dura tarea de amasar 20 panes de jamón. Hacer pan de jamón –para quien, como yo, amasa a mano- solo se explica como un acto de amor, por lo tanto que no me pidiera someterme a esa dura tarea. Además luego de muchos años me iría a pasar la navidades en Caracas y en cada esquina tendría olor a pan de jamón así que no tenía motivos para dedicarme a la amasadera de pan. Aunque estoy tentado a hacer un par para dejarlos en casa y que los coman en la cena del veinticuatro, no se tal vez no los haga y todo quede allí en una sana y postergada intención.

Empero me comprometí con Mariela Martínez a buscarle un pan de jamón entre los muchos locales de comida venezolana que han proliferado en esta hermosa ciudad que nos ha dado cobijo en este éxodo de venezolanos, aunque bien vista la cosa, como aquel refrán rezaba, tanto nadar pa´morir en la orilla.

Así que fui a visitar y a probar los panes de jamón de Roger y los acompañe con un papelón con limón (se que igual que yo piensan que es una rara combinación) pasé un rato allí haciendo tiempo para ir a visitar a un cliente, con eso del Blackberry ya podemos hacer oficina desde cualquier lugar, era viernes y el tráfico me hizo desistir de volver a casa.

En mis años guayaquileños, años de la bohemia, me gané algunos buenos amigos a punta e’ pan de jamón. Pero, en todo caso, pero no dejó de parecerme hermoso que alguien que no haya nacido en Venezuela lleguen las navidades y se acuerde del tierno sabor de un buen pan de jamón.


Diciembre, 2009

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