Réquiem para un librero.

Café quiteño, con sabor a pantimedia a las 6:30pm para disfrutar del receso y una charla: 0.60 USD

Maestría en la Flacso-Ecuador mención antropología con ayuda financiera. 2.500. USD.

Recorrer todas las librerías caraqueñas en búsqueda de un libro extinto:No tiene precio.

 

Profesor Mario Ruz Sosa.

Estimado Mario. 

Ese libro a pesar de ser una joyita tiene un valor mas bien simbólico, ya que como en la época de su publicación no existían los códigos de barra los libreros ponían los precios en el extremo superior derecho de la primera página del libro. Allí retozaban aquellos numeritos por años, hasta que algún desprevenido lector encontrara aquel libro. Aquellos numeritos eran "palabra de librero" quienes siempre se jactaban de estar en ese negocio por una especie de beruf weberiano, pero que aquello no era negocio. Que lo hacían por una especie de llamado, de vocación. Ellos de su puño y letra escribían a lápiz aquellos números con la esperanza de poder borrarlos o, simplemente, anteponer un dígito que finalmente era un ajuste por inflación y/o diferencial cambiario.

Pude ver la mirada incrédula del librero, sus ganas de decirme que no estaba en venta, sus deseos de patearme el trasero y mandarme en buen quiteño a la mismísima  "rechucha". Pude leer en sus ojos -casi llorosos- su promesa de revisar de cuando en vez y uno por uno sus viejos anaqueles, de comprarse una lectora de códigos de barra que -seguramente le han ofrecido en más de una oportunidad- para no volver a pasar por esto. Lo vi arrastrar sus pies hasta el viejo anaquel y cerrarlo con desdén, allí otros libros de Biblioteca de Ayacucho (tan buenos como este) estaban durmiendo el sueño de los justos. Para sus adentros maldijo su emblemática flojera y la alergia que casi lo retira del oficio. Contuvo sus ganas de insultarme. Pude ver en sus ojos aguados que quiso explicarme que con ese dinero solo podría pagar -y con las justas-  medio día de luz eléctrica, no sin antes aclararme que la energía eléctrica en Venezuela sigue siendo (y no se sabe por cuánto tiempo más) una de las baratas del tercer mundo; sólo superada por el precio de la gasolina. Quiso darme una clase de macroeconomía, pero vio en mis ojos que yo sabía algo sobre la oferta y demanda y un poco de manejo de inventarios. Sabía que pasarían, quizás, otros 20 años hasta que algún lector desprevenido se acercara a desempolvar uno de los mejores esfuerzos editoriales de mi viejo país, hoy mas empobrecido que nunca.

Por otra parte yo había aceptado un par de recomendaciones suyas y allí si se ganaría unos pocos centavos (quise decir lochas, pero no entenderías). Como cobrarte el placer de buscar para ti ese libro, recorrer librerías y libreros, y constatar  que los libreros (esa clase de gente con sus saberes expertos para citar a Giddens) ya no son los de antes y que ahora la gran mayoría usan computadoras para ubicar libros en una base de datos, poseen lectoras de códigos de barra para no confiarse en su proverbial sabiduría y convertir su beruf en una profesión en el peor sentido del término. Ahora los libreros han sido sustituidos por operadores de computadoras,  escriben el nombre del libro aprietan Enter y contestan: “nunca hemos tenido ese libro...”  Se quedan en silencio y te miran  con la seguridad de quién sabe de lo que está hablando y pensar que eres tú quien se equivoca.

Ya los libreros no son los de antes, ahora se parecen mucho a los vendedores de salchichas sólo que éstos tienen inventarios que rotan más rápido y viven en la seguridad  de que nadie compraría un salchichón sin mirar la fecha de caducidad. Pero la literatura (eso incluye a la Literatura Maya) no expira y los buenos libros seguirán siendo buenos libros y el polvo que los cubre no les limita su poder alimenticio.

Mario, hemos asesinado al último librero. Ahora este librero (en realidad debería decir librera) no dejará que sus clientes se acerquen a los libros, se esconderá detrás de una computadora colocará una lectora de códigos de barras y venderá, como todos, solo los libros que pedimos frente a su mostrador. Ya no escribirá a lápiz los precios de los libros en el lugar indicado y convertirá a los libros en mercancías.  Ya no podremos deambular impunemente por sus estantes en búsqueda de un ejemplar perdido. Se protegerá de las devaluaciones  indexando sus precios al dólar, al fin y al cabo eso se resuelve con una macro en una hoja de Excel.

Mario, hemos asesinado al último librero. La divina providencia y la insistencia de mi hermana me llevaron a los viejos libreros del pasillo de ingeniería.  De momento eres mi cómplice... en realidad  eres el autor intelectual y eso me hace sólo el instrumento de tu crimen, sin haber pasado por esas 3 semanas de clases ese libro habría permanecido oculto en un estante quién sabe por cuánto tiempo más. Como una bala en el tambor de una .38  en un juego de ruleta rusa esperaría pacientemente  su azarosa víctima. Seguramente habría llegado otro y otro sería el asesino, pero me tocó a mí apretar el gatillo.

Le dejaré a Fernando el libro para que te lo envíe, cuando lo tengas en tus manos y cada vez que abras sus páginas sentirás el peso de ese crimen que juntos cometimos.

Un abrazo, cómplice.

Caracas, Agosto 2005.