Crónicas de un exilio voluntario

Crónicas de un exilio voluntario
Aquiles Nazoa

viernes, 5 de marzo de 2010

Bongo Soda.



Uno es un animal de costumbres, mientras viví en Quito, tenía que ir a Guayaquil generalmente una vez por semana, así  que escogí un hotel al que siempre llegaba. Con el tiempo uno logra que lo conozcan y si, por casualidad o alguna omisión, tienes que viajar sin haber hecho la reserva respectiva, sabes que el recepcionista no te dejará dormir en una plaza. De esa forma me hice cliente de un par de hoteles guayaquileños. Pero en la variedad está el gusto y solía ir a buscar distintos sitios para desayunar.   Así fue que una  mañana encontré un sitio nuevo: Bongo Soda. Era un sitio que, a pesar de estar muy nuevo,  sólo con entrar te transportabas al pasado.

Era un local largo, del lado derecho una larga hilera de mesas, lindamente acomodadas, con un mantel blanco, los típicos saleros y las clásicas tazas de porcelana. Pesadas tazas con dos rayas verde oscuro al borde. Una raya muy gruesa y una muy finita. Las tradicionales tazas de café en donde más de uno habrá tomado, alguna vez, un marrón grande. Una larga barra, tan larga como el local. Los clásicos taburetes rotatorios, de madera y latón cromado. Un gran espejo frente a la barra. Los clásicos servilleteros cromados. Esos donde, de cada lado, gracias al mecanismo dominado por un resorte, podías tener siempre una servilleta a mano. De allí que cada vez  que pude desayuné en el Bongo Soda. Al entrar allí, me sentía transportado a las viejas fuentes de soda de la Caracas sesentiana.

De la noche a la mañana, las fuentes de soda desaparecieron del paisaje caraqueño, poco a poco fueron arrastradas hasta la extinción gracias a la llegada, implacable, de los fast food. En alguna época cada CADA tuvo su propia fuente de soda, allí transcurrió buena parte de la vida de la Caracas sesentiana. Allí comimos nuestras primeras hamburguesas. Luego donde antes reinaron las fuentes de soda de los CADA surgieron los Burger King, para hacerle la competencia a los Tropi Burger y a los Crema Paraíso las reinas de nuestra, vernácula, comida rápida. En algún momento existió una cadena de fast food que se llamó Chesse & Meat, en buen criollo, duró lo que dura un peo en un chinchorro. Tal vez fue su nombre, demasiado gringo para aquella época, tal vez por que en aquella época las fuentes de soda eran, todavía, piezas emblemáticas de nuestra ciudad y preferíamos ir hasta ellas.

Un poco antes de la Plaza Venezuela, en la avenida Quito,  quedaba una vieja fuente de soda: Castellino. Allí vendían unos ricos helados de pistacho y otros del clásico ron-con-pasas.  En Castellino transcurrió buena parte de la historia de mi adolescencia. Iba allí y tomando un buen café  - marrón grande, claro está –  podía pasar horas conversando con algún amigo, tratando de arreglar el mundo o echándolo a perder sin darnos cuenta. Disfrutar el tiempo era el mayor atractivo de las viejas fuentes de soda. Han ido desapareciendo, haciéndole espacio a las cadenas de Fast Food. En donde uno va, come y se larga. Son antros diseñados para que uno, aunque tenga tiempo, coma apurado. Están diseñadas para comer y salir apurado.

Hace un par de años estuve en Caracas y pasé frente a Castellino, sentí tristeza de ver sus viejas puertas cerradas, sus viejas mesas y sus sillas cromadas ya no estaban allí. Por haber vivido cerca, pasé muchas horas sentado en sus viejas sillas conversando con buenos y viejos amigos. Las fuentes de soda eran espacios diseñados para pasar horas. Eran acogedoras e  invitaban a quedarse, apoltronarse en sus sillas, y pedir un café  tras otro. Sin darte cuenta te ibas quedando.

Cuando le conté a mis amigos guayaquilenos de mi descubrimiento de esta nueva fuente de soda me contaron que Bongo Soda había sido una emblemática fuente de soda guayaquileña y que lo que había conocido era una especie de remake. Me contaron de dónde había surgido, primigeniamente, su nombre; pero de esto no puedo dar fe. Según me contaron, el dueño era un libanés que al estar por inaugurar su nuevo local, le preguntaba  a quien era una especie de asesor, “¿Qué nombre le bongo?, “¿Qué nombre le bongo?” Al parecer ya tenía a este señor verde con la misma pregunta cada cinco minutos. Hasta que el señor le contestó: “Bóngale Bongo y no soda” Así fue que la fuente de soda quedó llamándose: Bongo Soda.


Enero, 2000

2 comentarios:

  1. Hermosa epoca la de las fuentes de soda. Era un chamito cuando los fines de semana iba con mi madre o con alguno de mis hermanos y me comia un par de hamburguesas y una merengada. Me acuerdo que en aquella epoca seguian mucho el modo estadounidense de prepararlas, no llevaban mayonesa y siempre teniamos que pedirle al mesonero de traernosla, la cual servian en un vasito de cafe de oficina. Eran tiempos de Cada, de Sears, De la Casa del Nino, de Pasal, de la villa de Caracas, del autocine.....en fin, quizas puedo decir cuando eramos felices y no lo sabiamos

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  2. Francisco
    que buen comentario...
    si esa era la època....
    un abrazo

    carlos bastardo

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